Los comienzos del helenismo se sitúan en el momento
de esplendor del reino de Macedonia y en la participación activa de Alejandro
Magno. Su final, de modo general, se ubica en el momento de la incorporación
efectiva a Roma. Sin embargo, no es un momento fácil de precisar, pues
Macedonia, como Grecia y Pérgamo, no entran en la órbita romana hasta pasada la
mitad del siglo II a.e.c., mientras que la región asiática occidental lo hace a
principios del siglo I a.e.c. y Egipto a finales de dicha centuria. Además,
este límite final lo es únicamente desde la perspectiva política, pero no
cultural, en tanto que Roma absorberá elementos relevantes del helenismo.
El helenismo fue algo más que una simple
civilización mixta greco-oriental. Al margen de que esta época fue la más
cosmopolita de la historia de Grecia, lo que hubo, en realidad, fue una
determinada helenización sobre poblaciones, hecho que no impidió que estas
mantuvieran, en esencia, sus características propias. La lengua que se impuso,
por ejemplo, como común a todo el Oriente helenistico fue el griego koiné de
fundamento jónico y ático, que acabará siendo la lengua internacional.
Desde una perspectiva económica fue un mundo unido,
en el que se incorporaban a los circuitos comerciales regiones hasta ese
momento marginales, junto a otras muy ricas que tenían una dilatada tradición
comercial y de intercambios, particularmente Egipto, Siria y las costas de
Palestina.
Una característica esencial
será la presencia de la monarquía, otra vez, en la historia griega. Es
una reaparición, en virtud de que se la había conocido en la época micénica y
en la denominada edad oscura. Sin embargo, en este momento histórico no dejaba
de ser algo lejano. Además, se trataba de una institución de escasa
consideración como forma de gobierno pues se entendía más propia de bárbaros
que de helenos.
Esta nueva monarquía, por
otro lado, no entroncaba con una tradición anterior, ni había evolucionado
desde la polis, sino que era fruto de la expansión militar de Macedonia. En
Macedonia la monarquía era una institución activa, que continuaba una
tradición, si bien el soberano no dejaba de ser un primus inter pares.
En Oriente, por el
contrario, el rey tendrá un carácter absoluto, lo cual enlazaba con previas
tradiciones locales. Incluso en Egipto se identificaba la figura regia con el mismo
Estado detentando todo el poder. Este tipo de monarquía oriental entraba, sin
duda, mucho más en conflicto con la mentalidad griega.
Una de las novedades más
significativas será el carácter divino de la monarquía helenística. Se hizo
costumbre divinizar a los monarcas al morir, habitualmente por parte de sus sucesores, del mismo modo como se había
hecho con Alejandro Magno, pero aun en vida. Por tal motivo, los reyes contaban con sacerdotes que cuidaban de su
culto personal. A algunos se les llegó a divinizar en vida, caso de Demetrio
Poliorcetes. Esta divinización afectará también a ciertos miembros de la
familia real, particularmente esposas o hermanas. El monarca helenístico
será, al tiempo, y en consecuencia, el
principal exponente religioso.
Esta costumbre helenística,
como algunas otras más, pasará al mundo romano, en donde se
establecerá con firmeza desde el primer emperador.
El rey helenístico
propiciará que las ciudades le rindan culto, como lo hacían a los
fundadores o a aquellas personalidades principales que habían tenido un papel relevante en ellas. Ahora privaba el culto a 1a personalidad sobre lo colectivo, ya que
era una persona concreta la que había ejercido su poder benéfico sobre la
ciudad en un momento específico.
Como la mayoría de los
súbditos no serán greco-macedonios, la administración requerirá ejércitos permanentes
de mercenarios (difusores de la cultura y la lengua griegas), mayormente greco-macedonios,
que ocuparán siempre los puestos de más alto rango.
El rey helenístico estará
rodeado de consejeros y ayudantes, denominados hetairoi, es decir, amigos. Eran escogidos en
persona por el soberano, y su rol principal era el de hacer las veces de
ministros. En consecuencia, eran personas fieles y la mayoría de las veces muy
capacitadas. Estos elegidos eran, en una amplia mayoría, griegos.
La elección por parte del monarca
de su sucesor se hacía siguiendo la tradición macedonia. Habitualmente solía
ser siempre el heredero natural, específicamente el varón primogénito, un
factor que enlaza con las tradiciones monárquicas orientales.
Las mujeres, como reinas y
como esposas, desplegaron un relevante papel. La consorte no era necesariamente
de sangre regia, y su elección podía ser variable. Podía intervenir en la
política de un modo activo. Los Seléucidas asociaron a sus esposas al trono, portando
el título oficial de “hermanas del rey”.
En definitiva, la corona
poseía un gran patrimonio territorial lo cual convertía al rey en el principal,
y mayor, terrateniente del reino.
Otro rasgo novedoso en el
helenismo es el que supone la aparición de grandes ciudades (Alejandría, Antioquía).
Muy monumentalizadas, con diversas y variadas construcciones, estaban bien
amuralladas. Su población era, en esencia, griega o greco-macedonia y, desde
luego, griegas eran siempre las autoridades ciudadanas, entre las que había comerciantes
y banqueros. A estas ciudades fueron trasplantadas las formas de gobierno propias
de la polis y sus aspectos de paidea, concretados en el gimnasio, lugar en el que se impartía
a los jóvenes una educación filosófica y musical.
Aunque se desarrollaron con
regímenes monárquicos, muchas de estas grandes ciudades conservaron amplias
dosis de decisión en su ámbito, probablemente un recuerdo del ideal de la polis.
Estas aglomeraciones fueron en todo momento reacias a aceptar no griegos entre sus
ciudadanos, lo cual acaba constituyendo un sólido baluarte de la cultura
helénica en Oriente. Los rectores ciudadanos serán ahora ricos comerciantes,
perdiéndose por tanto el clásico concepto de que la política había de ser
atendida por la ciudadanía al completo.
En relación a las fuentes
para el estudio histórico del período, se puede señalar que los textos, la
mayoría de las veces en forma de resúmenes y compendios, son breves,
incompletos y, en bastantes ocasiones, contradictorios. Una de las obras más
resaltantes es la de Justino (historiador, tal vez del siglo II), concretamente
las Historiae Philippicae que ha transmitido un
resumen de una de las obras más significativas, ahora perdida, de Trogo Pompeyo
(siglo I), que trataba básicamente de la historia de Macedonia en tiempos del
rey Filipo II. Los libros XI a XLIV abarcaban de hecho, un dilatado espacio de la
historia de Oriente y de Occidente hasta la época de Augusto.
Aunque hubo pocos, los
escritos de algunos otros historiadores fueron importantes. Es el caso de
Filocoros de Atenas que proporcionaba detalladas informaciones de su ciudad, y de
Jerónimo de Cardia (siglo III a.e.c.)[1], que
trató en su obra de los sucesos posteriores al fallecimiento de Alejandro Magno.
Polibio ofrece noticias más
o menos importantes sobre el mundo helenístico, algo que se podría esperar al
explicar la conquista del mundo griego por parte de Roma. El inconveniente es
que su interés se centra en los acontecimientos acaecidos a partir de 220
a.e.c. Otra fuente relevante es Diodoro de Sicilia, quien transmite noticias
hoy perdidas de otros autores antiguos en su Biblioteca histórica. Los
libros XVIII a XX son los que se centran en época helenística. Su relato es de
extremo interés en lo que concierne a
los Diadocos.
Plutarco, por su parte,
autor de las célebres Vidas paralelas, vivió entre otros
lugares, en Egipto y Asia Menor. En tal sentido, incluye entre sus biografiados varias
personalidades de la época helenística, caso de Eumenes, Pirro, Demetrio
Poliorcetes o Arato, además de personalidades destacadas en la incorporación
del mundo griego a Roma, como Flaminino y Paulo Emilio, que ya representan el
verdadero final del mundo helenístico independiente.
Flavio Josefo, historiador
judío del siglo I, compuso su Bellum Iudaicum tras la caída de Jerusalén
en 70. En esta obra refiere los acontecimientos ocurridos desde dos siglos
antes del suceso señalado. No se debe olvidar que Judea conformaba una región
destacada del reino de los Seléucidas. El macedonio Polieno es el autor de Estratagemas,
centrada
en tiempos de los emperadores Marco
Aurelio y Vero, pero en la obra refiere diversos reyes y singulares personajes helenísticos, si bien su gran
deficiencia radica en la ausencia de datos cronológicos.
En cuanto a la literatura
científica, sin separación de la filosófica o de las ciencias naturales, se
puede señalar que aporta datos en esta etapa muy superiores a las de tiempos anteriores
si bien su aplicación práctica no fue relevante. En cualquier caso, se deben
destacar a Aristarco de Samos, quien sostuvo que la Tierra y otros planetas giraban
alrededor del Sol con otros planetas, a Heraclides del Ponto que afirmaba que
giraba sobre su propio eje, o a Eratóstenes de Cirene, empeñado en defender que
los mares constituían uno solo. Además, no se puede olvidar a Tolomeo, cuya
actividad fue desarrollada en Alejandría en época imperial romana. Proporciona
algunos datos sobre las ciudades, si bien en una etapa posterior al período helenístico.
La epigrafía, por su parte,
conservada en los diversos reinos es esencialmente griega. Corresponde a documentos, principalmente
abundantes en las ciudades, vertidos en inscripciones honorarias y
conmemorativas.
En la época helenística, sin
embargo, no se habían generalizado las inscripciones funerarias que son las
indicadas para estudiar los aspectos fundamentales de una sociedad concreta.
La papirología se
circunscribe esencialmente a Egipto. Los papiros aparecen sobre todo en griego,
pero también en arameo y demótico. Son relevantes porque ofrecen documentación
privada. En su mayor parte procedían del Alto Egipto, una región básicamente
agrícola y bastante alejada de Alejandría. De hecho, los hallazgos de papiros
en el Bajo Egipto son realmente excepcionales.
En los papiros se
conservaban además de documentos contemporáneos, copias de textos literarios
griegos, algunos de extrema relevancia, y por descontado obras de autores
reconocidos de las épocas previas, arcaica, clásica, además de la helenística.
Por su relevancia hay que mencionar los hallazgos de Oxirrinco, en El Fayum.
Aquí, entre unos tres mil papiros se encontraron poemas de Baquílides y
Safo, comedias de Menandro y La
constitución de los atenienses de Aristóteles.
La mayoría de los papiros egipcios,
no obstante, son cartas particulares, textos legales, contratos y textos fiscales.
No existe una documentación histórica propiamente dicha.
Otro tipo de documentación
extraordinaria del Egipto Tolemaico son los múltiples ostraka. El
término se aplica a fragmentos de caliza con esbozos de pinturas, si bien la
mayoría corresponde a pedazos de cerámica rota con escritura. Ofrecen inestimables
datos acerca de la vida cotidiana de grupos sociales muy humildes, de recursos
limitados. No obstante, siempre se trataba de griegos o de macedonios, no de
pobladores indígenas.
Las fuentes arqueológicas son bastante abundantes,
en especial las grandes ciudades y sus conjuntos monumentales. Muchas de ellas
eran de nuevo cuño, pero otras antiguas, que ahora se revitalizan, caso de
Éfeso o de Pella, la capital macedonia. La planificación urbanística provoca
que en todas predomine la planta hipodámica, de calles rectas paralelas de
norte a sur y también paralelas de este a oeste. Uno de los mejores ejemplos al
respecto es Priene, situada en Asia Menor. Otro caso paradigmático es Delos.
Pero, asimismo, serán una novedad las ciudades periféricas, no estrictamente
griegas, que acabaron helenizándose, como fue el caso de la célebre ciudad
nabatea de Petra.
Específicamente en Egipto se desplegó una etapa de
intensa actividad en la construcción templaria, en particular en el Alto Egipto
lejos, por tanto, de Alejandría. Del mismo modo, fue una buena época, además de
para el urbanismo y la
arquitectura, para la escultura y los mosaicos.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB.FEIAP-UGR. Agosto, 2017.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB.FEIAP-UGR. Agosto, 2017.
[1] Jerónimo fue un soldado y también un político, a las
órdenes de Filipo, Alejandro, Antífono I, Demetrio Poliorcetes y Antígono Gónatas.
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