Imágenes, arriba, edición del
Hanfeizi de la Hongwen Book Company (Guangxu), de época Qing. Museo Provincial
de Hunan; abajo, retrato anónimo de Mencio, National Palace Museum, Taibei,
Taiwán.
Entre el
diverso conjunto de corrientes de pensamiento chino de la antigüedad, deseamos
destacar, y en esta oportunidad analizar brevemente, el ideal de la bondad
humana en Mencio, contrapuesta a la maldad en Xunzi, la teoría estatal de Mozi
y, finalmente, la practicidad de legalismo de Han Feizi. Todo ello en un marco
cronológico que abarca desde el siglo V al III a.e.c.
Al igual que
creía Confucio, Mencio (Mengzi, 孟子 372-288
a.e.c.) pensaba que el hombre superior, verdadero sabio, debía cultivar la
benevolencia, virtud suprema, y debía también anteponer la rectitud, el deber,
al interés provechoso. Mencio establecía que la naturaleza humana estaba
conformada por un conjunto heterogéneo de deseos, apetitos y tendencias
espontáneas, lo cual nos asemeja a los animales.
No obstante,
existe una diferencia esencial respecto al mundo animal, que es el corazón (xin), justamente lo que el hombre
superior cultiva y el común ignora. El corazón, que piensa y delibera, puesto
que es el órgano del pensamiento, contiene cuatro sentimientos naturales,
raíces de las virtudes y de las tendencias morales que son el fundamento de la
bondad innata del hombre: la compasión, que espontáneamente nos conduce hacia
la benevolencia; la vergüenza, que nos lleva hacia la rectitud; el respeto y la
modestia, que es el camino hacia la urbanidad, las formas, la etiqueta y el
cumplimiento ritual; y el sentir lo que está bien o mal, inicio del camino de
la sabiduría. Estos sentimientos, raíz de las virtudes innatas en el hombre
pueden, sin embargo, agotarse y llegar a desaparecer, lo que implica,
necesariamente, su continuado cultivo.
Las virtudes
morales son congénitas a la naturaleza humana. El mal procede de la ofuscación
del entendimiento, de ahí la imperiosa necesidad, dice Mencio, de practicar la
autodisciplina. El fundamento naturalista en Mencio se convertirá, finalmente,
en una especie de utilitarismo.
Para Xun
Kuang (Xunzi, 荀子
312-238 a.e.c.) el hombre es malvado por naturaleza, incontrolado, egoísta, y
por eso debe, utilizando un mecanismo artificial, educarse con esfuerzo
consciente y dedicación, así como disciplinarse en el seno del marco social
para adquirir la bondad. En este sentido, se hace necesaria la influencia
civilizadora de la legislación, de los ritos y de la virtud de la rectitud.
No obstante,
aunque el ser humano no es bueno por naturaleza, si es, en cambio, inteligente,
y posee un corazón que piensa, mecanismo que le puede servir para sobreponerse
a sus impulsos naturales innatos y así alcanzar la bondad. Esta evidente
negación de la filosofía de la naturaleza humana es una filosofía positiva de
la cultura, puesto que todo aquello valioso, bueno y útil en el hombre es
resultado directo del propio esfuerzo humano, un producto, por tanto, cultural.
La bondad reside en el ordenamiento cultural que logramos imponer sobre el caos
de nuestras tendencias espontáneas naturales.
En general,
el hombre es un ser que desea todo de manera espontánea, al igual que los
animales, factor por el cual tendemos a la pelea, la disputa, el conflicto. Es
a través de la moralidad, las costumbres y las ceremonias, que establecen
límites definidos, así como mediante la repartición de rangos, derechos y obligaciones,
como podemos frenar nuestros impulsos naturales. Adquiridos estos buenos
principios, y asimilados por el corazón humano, se convierten en una suerte de
segunda naturaleza, de modo que aunque no podemos evitar los deseos naturales
intrínsecos al ser humano, si podemos, por lo menos, evitar seguirlos en el
futuro.
El hombre
necesita imperiosamente organizarse para sobreponerse a las demás especies
animales, para domeñarlas y someterlas a su servicio. El ordenamiento social es
el que, compensando la debilidad física frente a animales más fuertes o
rápidos, nos hace gobernar sobre el resto de seres vivos. En definitiva, la
superación humana de los deseos individuales se produce a través de la
disciplina que impone la organización social a partir de la moralidad
compartida; el hombre, una tormenta de tendencias anárquicas, debe someterse al
imperio de la sociedad, la cual, mediante la represión, educa, domestica y
canaliza, las tendencias humanas al desorden hacia una dirección que beneficie
a todos, un beneficio general o colectivo, que es el verdadero bien. Así pues,
la sociedad educa, las instituciones forman y la cultura triunfa sobre la
naturaleza.
La
manifestación, desde el nacimiento, de conductas antisociales y egoístas solamente puede
corregirse, en fin, a través de la influencia beneficiosa que ejerce el orden
social. La sabiduría verdadera implica, por consiguiente, un entrenamiento
moral, obtenido mediante la observancia de las normas rituales y las
convenciones sociales. Estamos, así, ante una filosofía pragmática.
Mozi (Mo Di, 墨子 468-391 a.e.c.), por su parte, desarrolló una teoría del origen
del Estado, según la cual éste surge de una suerte de pacto social que supera
un previo y primigenio estado de anarquía y caos. Su razón de ser radicará en
su utilidad, pues es el mecanismo esencial que contribuye al bienestar de la
población, factor éste que supone entender al Estado al servicio de la
moralidad (la política es, en el seno del pensamiento antiguo chino, una rama
de la moral, aquella que se ocupa de las relaciones humanas esenciales, las del
súbdito y el soberano).
En el
principio de los tiempos, los seres humanos vivían en un Estado natural,
caótico, anárquico, desordenado. El pueblo entendió la necesidad de un Estado
para poder salir del caos, que se configura a partir de la presencia y acción
de un primer soberano salvador, nombrado por el Cielo. El Estado creará el
orden unificando los diferentes estándares individuales, lo que supone la
existencia de una única opinión, la del monarca, que pone su absoluta moralidad
al servicio del bienestar del conjunto poblacional, propiciando y patrocinando
la humanidad, esto es, el amor universal y el provecho mutuo.
El jefe del
Estado debe ser un líder moral, dar ejemplo de benevolencia y rectitud. En
virtud de ello, únicamente el hombre superior o sabio puede ser un monarca
apropiado, auténtico rey (wang). Se
trata, en consecuencia, de un Estado totalitario y unificado al servicio de un
ideal humanitario, que reconoce la habilidad, la virtud, el mérito y el talento
para elegir a los funcionarios, obviando los privilegios aristocráticos
previos.
El gobierno
político debe estar centralizado, en tanto que los funcionarios tienen que
ascender según sus méritos. De esta forma se beneficiaba a todos los grupos
sociales, en función de un principio de amor universal. El pensamiento de Mozi,
por lo tanto, enfatiza el racionalismo con una poderosa orientación lógica.
Los
denominados “hombres de métodos”, caracterizados por su realismo y por su
practicidad política, asesoraban a los príncipes en una época en la que el
feudalismo de interrelaciones familiares Zhou se desmoronaba y China estaba
inmersa en una lucha sin cuartel entre varios Estados. Estos hombres ofrecían
métodos adecuados para la correcta dirección estatal, señalando que el éxito del
soberano no estaba vinculado con su expresa virtud moral, sino con su sapiencia
a la hora de aplicar un mecanismo adecuado. Esto suponía el desprecio de la
anquilosada ritualidad anterior, el abandono de la tradición y su sustitución
por leyes promulgadas de modo público, que todo el mundo debía obedecer aunque
fuesen impuestas por el soberano.
La
justificación filosófica de este método y doctrina, que cimienta una filosofía
política, fue llevada a cabo por Han Feizi (韩非子 280-233 a.e.c.). Los problemas de esta época convulsa, denominada
Reinos Combatientes (484-221 a.e.c.) debían afrontarse, en consecuencia,
mediante una vuelta a las reglas conductuales pasadas, sin emplear ningún tipo
de moralismo utópico. Tres son los factores que debían tenerse en cuenta: fa, las leyes por las que el Estado
puede ser regulado; shi, el poder del
soberano, que respalda y asegura la vigencia y aplicación de la legislación; y shu, la habilidosa manipulación sobre la
población para lograr imponer las leyes. Tal manipulación se alcanza al
dosificar premios y castigos; nobles y señores feudales eran regulados por el li, las buenas costumbres, ceremonias y
el comportamiento caballeroso, mientras que la gente común lo era por los xing, castigos, penas. El mundo sólo es
gobernable de acuerdo a la naturaleza humana, en la cual hay sentimientos
buenos y malos, de placer y de disgusto, de modo que los premios y castigos son
efectivos en igual relación, motivando que órdenes y prohibiciones se cumplan a
rajatabla.
Han Feizi
propone, en esencia, un conductismo político por el que la población es
condicionada a portarse adecuadamente, según las leyes estatales, y mediante la
amenaza de sanciones castigadoras. La población, en su totalidad, debe ser obligada
a hacer lo que al Estado le conviene; para los que no lo hagan habrá severas
penas y castigos, pues de otro modo no se asegura un Estado en perfecto orden.
En este sentido, por tanto, el Estado que así se propugna es totalitario, y con
dos orientaciones cruciales, la agricultura y la guerra.
Al margen de
la milicia, la administración estatal y la agricultura ennoblecedora,
únicamente restan comerciantes, artesanos, parásitos sociales (muchos de ellos
filósofos y letrados confucianos), así como vagabundos, destinados todos ellos,
en el fondo, a ser arrinconados y despreciados, cuando no a ser simplemente
aniquilados.
Aboga Han
Feizi, por consiguiente y en resumen, por una suerte de dictadura regulada por
leyes impersonales que fortalezcan el Estado, sobre todo para la guerra. Un
gobernante debe utilizar estrategias que le permitan mantener el control sobre
las funciones legislativas, así como tomar las acciones necesarias para impedir
la usurpación del poder por parte de los funcionarios, debiendo en todo momento
mantener la autoridad suprema.
Se puede
afirmar que desde la propia perspectiva de todos estos pensadores y filósofos
arriba reseñados, la clave radicaba en hallar a un noble o a un gobernante
valioso y digno a quien poder aconsejar. Se les ofrecía esencialmente
instrucción y consejo.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-FEIAP-UFM, julio, 2021.
Bibliografía básica
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