Mapa que muestra el escenario en el que se desarrolló la Guerra del Peloponeso, con los aliados de cada bando.
El
enfrentamiento que se produjo entre Atenas y Esparta, con sus respectivos aliados,
en el último tercio del siglo V a.e.c., trajo consigo una serie de profundos e
irreversibles cambios en el ámbito cultural, en la estructura social y el marco
ideológico-político de Grecia.
La
fuente principal para abordar la Guerra del Peloponeso es Tucídides, un antiguo
estratega ateniense, en cuya obra, repleta de alusiones y datos de todo tipo,
se demuestra el profundo conocimiento que poseía sobre el desarrollo del
conflicto. Otra fuente básica
es Jenofonte, también ateniense, continuador de la obra de Tucídides. En
los dos primeros libros de sus Helénicas describe minuciosamente los acontecimientos acaecidos
entre los años 411 y 404 a.e.c. Contemporáneo de Jenofonte, y tal vez asimismo
ateniense, pudo haber sido el autor de las Helénicas de Oxirrinco
nombre que reciben los fragmentos de una Historia de Grecia que
abarca desde 412 a 386 a.e.c. continuadora, probablemente, de la narración de
Tucídides.
Algunos
autores posteriores, ya del siglo IV a.e.c., que trataron el período de
conflicto fueron Teopompo y Ebro, cuyas obras, sin
embargo, han llegado a través de otros, de modo que no se pueden considerar testimonios
de primera mano. Ambos fueron utilizados por Justino en el libro V de Epitome
Troyana. También Éforo comenta estas épocas en los libros XI y XII de Bibliotheca
Histórica. Plutarco, por su parte,
trata este turbulento período en sus biografías sobre Pericles,
Alcibíades y Lisandro. Las fuentes literarias no históricas más significativas
son la tragedia y, en específico, la comedia de Aristófanes, la cual arroja luz acerca de la sociedad
griega contemporánea de esta tan relevante etapa histórica de la antigua Grecia.
Entre las fuentes epigráficas, finalmente, se destacan las listas de los Foros (tributos de los aliados).
La Guerra del Peloponeso fue un conflicto entre dos
grandes coaliciones, alianzas de poleis, la Liga del Peloponeso y la
Confederación Ático-Délica. Atenas estaba al frente de la Confederación
Ático-Délica, que estaba compuesta de unas doscientas poleis. Controlaba prácticamente todo el mar Egeo (excepto la isla
de Melos), y estaba reforzada por las cleruquías atenienses ubicadas en
enclaves costeros estratégicos. En la Grecia central, esta confederación
contaba con aliados importantes, como Tesalia y Platea, en Beocia. Además,
mantenían también tratados de alianza con Atenas algunas ciudades de la Magna
Grecia y de Sicilia (Catania, Leontinos, Regio). Su característica primordial
es que poseía una poderosa flota armada. Por otra parte, la reserva financiera
ateniense era notable. Se contaba, además, con los recursos de los templos y
centros religiosos, algunos de cuyos tesoros eran cuantiosos.
La Liga del Peloponeso, por su lado, estaba encabezada por Esparta que
acaudillaba los estados del Peloponeso, con la excepción de Argos y Acaya,
Luego se unieron Mégara, y las federaciones de Locria, Beocia y Focea.
Solamente faltaba Platea. En el occidente griego eran afectas a esta liga
Ambracia, Anactorion y Leucade, en el Adriático, además de Tarento, Locros y
Siracusa en la Magna Grecia y Sicilia. El poderío espartano residía en la
fuerza del ejército terrestre, cuya base era la infantería espartana. Aunque el
ejército hoplítico espartano era muy superior, en número, al ateniense, la Liga
del Peloponeso presentaba otras debilidades, en concreto, la escasa
disponibilidad financiera que impedía mantener campañas militares prolongadas.
Tal carencia económica obligaría a Esparta a relacionarse con los persas para
obtener subsidios, un factor que acabaría deteriorando la credibilidad y
respetabilidad espartana.
Otra deficiencia espartana era la inicial carencia de
una flota naval. La flota peloponesia que luego se conformó, principalmente
proporcionada por aliados como Corinto, Mégara, Ambracia, Sición y Elide, fue
siempre muy inferior a la ateniense, tanto en cantidad como en calidad. Por
otra parte, frente al sentido práctico, ágil e innovador de los atenienses, el
conservadurismo espartano provocó un anquilosamiento en antiguas tradiciones
guerreras, que restaban celeridad y hacían difícil una adaptación a las
circunstancias. El temor a las rebeliones hilotas
también fue un motivante mayor a la hora de señalar las precariedades de la
Liga del Peloponeso.
No están claras las posibles causas que pudieron
motivar el conflicto. Se ha apuntado el poder y la hegemonía que había
alcanzado el Imperio ateniense tras las Guerras Médicas, lo cual suponía una
amenaza para Esparta. Sin embargo, la política ateniense dirigida por Pericles
ni fue agresiva ni se orientaba a provocar conflicto alguno frente a Esparta y
la Liga del Peloponeso. En este mismo orden de ideas se ha argumentado que Atenas,
además de consolidar su Imperio, aumentó su hegemonía en el Egeo y en el
Mediterráneo occidental, tal y como se aprecia en la inflexibilidad de su
dominio y el cada vez más opresivo aumento de los Foros sobre sus propios
aliados.
Las causas pudieron ser variadas y de diversa índole,
política, social y económica. En el ámbito político, el hecho de que Atenas se
hubiese convertido en modelo y defensora de la ideología y las instituciones
democráticas frente a los estados oligárquicos y aristocráticos habitualmente filo
espartanos, pudo tener su peso; desde un punto de vista social, es probable que
los partidarios de los regímenes democráticos fuesen aquellos dedicados al
comercio y la industria, mientras que los grandes y pequeños agricultores, se
identificarían mayormente con el sistema del Estado espartano, tal vez porque
uno u otro favorecían más el modo de vida y la economía de uno sobre el otro.
Desde un ángulo económico, resulta plausible que la expansión y consiguiente
prosperidad de la Liga Ático-Délica, por el Egeo, el Mediterráneo occidental y
en el Ponto Euxino perjudicara ostensiblemente los intereses económicos de
algunas ciudades tradicionalmente comerciales, en particular Corinto, Sición,
Mégara y Egina. Como estas dos últimas acabaron insertas en el ámbito comercial
ateniense, sería Corinto el rival más peligroso que buscaría la caída de
Atenas.
Hubo tres acontecimientos que la tradición ha
entendido como antecedentes (los preludios de Tucídides) previos de la Guerra.
Los tres, en conjunto, serían los detonantes que provocarían la ruptura de la
Paz de los treinta años.
El primero de ellos fue la guerra entre Córcira y
Corinto. Corinto decidió intervenir en un conflicto interno surgido en
Epídamno, una colonia fundada por Córcira que, a su vez, era una anterior
fundación corintia. Corinto se inmiscuye siguiendo el principio de que quería
mantener su prestigio y autoridad como metrópoli en sus colonias fundadas en el
Adriático (mar Jónico). Ante la presión de Corinto, los oligarcas de Epidamno
pidieron ayuda a Córcira, que propusieron la intervención neutral de la Liga
del Peloponeso y de Delfos, propuesta que Corinto rechazó. Corcirenses y
corintios se vieron en la obligación de entablar una batalla naval, de la que
salieron victoriosos los de Córcira. En virtud de la amenaza de Corinto, los
corcirenses solicitaron, en 443 a.e.c., su entrada en la Liga Ático-Délica, con
lo que obtenían la consiguiente ayuda de Atenas. Con todo ello, Atenas lograba
una fuerte influencia en esa área del Mediterráneo occidental, gracias a la
alianza establecida con Córcira, en perjuicio de los intereses corintios. Las
relaciones con Atenas sufrieron un ostensible deterioro.
El segundo fue la defección de Potidea, en el marco de
tensión entre Atenas y Corinto. Potidea, una ciudad de la península calcídica,
pertenecía a la Liga Ático-Délica, pero era una antigua fundación de Corinto,
con la que la metrópoli mantenía los tradicionales lazos filiales. Atenas le
encomendó varias exigencias, ante las cuales los potideos enviaron emisarios no
solamente a Atenas sino también a polis como Esparta de la que obtuvieron la
promesa de responder invadiendo el Ática si Atenas atacaba Potidea. Con el
apoyo de macedonios, beocios y calcidios, los potideos se rebelaron contra
Atenas, ante lo cual Corinto envía ayuda a su colonia.
El tercero fue el decreto contra Mégara. Este decreto
era un psefisma, esto es, una resolución
que determinaba un bloqueo mercantil a Mégara, impidiendo su acceso comercial a
los puertos ateniense y a los de las ciudades de la Liga Ático-Délica. Parece
muy probable que este decreto, solicitado por Pericles en torno a 433 a.e.c.
fuese realmente el estallido final de la guerra. La causa directa del mismo, que
Plutarco señala, fue la protesta oficial de Atenas porque los megarenses
cultivaban un campo inserto en el recinto sacro de Eleusis.
El asesinato del emisario que fue enviado para
protestar por parte de los megarenses, propició una indignación popular. Es muy
probable que las verdaderas y últimas motivaciones de esta política ateniense
fueran disponer del territorio megarense, arrebatándolo de la órbita espartana.
Si este fue el caso, como todo apunta, Atenas ya se disponía, entonces, para la
guerra.
A pesar de la gran tensión, se mantenía el acuerdo de
la Paz de los treinta años. Sin embargo, las ciudades comerciales más
perjudicadas por el imperialismo ateniense, Mégara, Egina y Corinto eran
también las más interesadas en romper esta paz. En 432 a.e.c. los embajadores
corintios expusieron sus denuncias contra Atenas, a quien acusan de esclavizar
a las ciudades griegas, sin dejar de señalar a Esparta por permitirlo. En tres
embajadas, los espartanos solicitan, entre otras cosas, el fin del asedio a
Potidea, la libertad de Egina y la abolición del decreto contra Mégara, y
finalizan con un ultimátum: la independencia de los griegos o la guerra.
La Guerra del Peloponeso pasó por una serie de fases.
La primera fue la llamada guerra arquidámica (431-421 a.e.c.), también llamada
Guerra de los Diez Años; la segunda la paz de Nicias; la tercera sería la gran
expedición a Sicilia (415-413 a.e.c.) y; la cuarta, y última, la guerra
decélica (412-404 a.e.c.).
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR.
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