Imágenes, de arriba hacia abajo: anillo en plata dorada, siglos VI-V a.e.c.; el denominado Centauro de Vulci; y píxide de imitación fenicia, con plantas de loto, esfinges y carros. Entre 650 y 625 a.e.c.
Las cistas tuvieron su auge entre los siglos IV y II a.e.c., en especial en Preneste, Servían para guardar objetos del tocador femenino y también joyas. Estaban formadas por un cuerpo decorado en el exterior con incisiones, sustentado por tres o cuatro pies, con la forma de garras de ave, o felino, o bien de prótomos de animales, además de una tapadera, con una empuñadura en la que se figuraban estatuillas de ménades, guerreros, animales o sátiros. Su decoración se inspiró en la pintura griega, que Etruria conoció por medio de la cerámica. Muestran una escena continua y homogénea en la que se relatan diferentes momentos de un mismo episodio.
Tal vez una de las cistas de mayor renombre sea la conocida como Cista Ficorini (siglos IV-III a.e.c), que fue encontrada en una tumba de Palestrina. Su autor fue un broncista campano que la fabricó en Roma, como se infiere en una inscripción en latín arcaico. En la base de la empuñadura de la tapa se lee la signatura del artista, un liberto de la gens Plautia. Dice Novios Plautios med Romai fecid (el novio Plautio me hizo en Roma). Dicho texto continúa con otra inscripción, que revela el nombre de la dedicante: Dindia Macolnia fileai dedit; esto es, Dindia Malconia se la dio a su hija. Sus dos escenas principales corresponden, la primera, al castigo del gigante Amikos, un hijo de Poseidón, rey de los bebryces, atado a un tronco en presencia de Atenea, después de ser derrotado por Pólux; y la segunda, a la fuente del agua, al modo de una gárgola en forma de cabeza de león. Junto a dicha fuente se encuentra un sileno y otros personajes dialogando, provistos de ánforas para recoger agua. En segundo plano, la nave Argos, de la que desciende un efebo con un vaso. Encima del friso central se ve una franja con palmetas, encuadradas con volutas jónicas. Unos lotos separan esfinges afrontadas.
La tapa aparece decorada con una escena incisa con míticos cazadores persiguiendo a un par de jabalíes y a un ciervo. En el asa se ven tres figurillas erectas, concretamente el dios Dioniso y dos sátiros. Por otra parte, en la llamada cista Chrysippos, la empuñadura de su tapadera muestra dos amazonas llevando el cuerpo de una compañera. El friso del cuerpo reproduce el jucio de Paris y el mito de Edipo.
Otros objetos broncíneos destacables son las sítulas, bien un producto local (umbro) o un producto típico de la fase de Hallstátt desplazado a Italia desde los Alpes, atraído por los centros urbanos etruscos. Su demanda fue notable en las épocas orientalizante y arcaica. De funcionalidad funeraria y, quizá, también de interés utilitario, poseen connotaciones simbólicas en virtud de sus decoraciones. Sus escenas ornamentales se agrupan en tres temas, asociados con el mundo masculino: los cortejos o procesiones festivas (pompa), en ocasiones relacionados con competiciones ecuestres y ágapes; los juegos, en especial concursos musicales, combates de boxeo y carreras de carros o de caballos y; banquetes (epulum). Hay que mencionar la sítula Benvenutti, la de la Certosa y la de Providence.
Las urnas cinerarias metálicas estuvieron asociadas a la práctica funeraria de la incineración. Representan la adaptación de aquellas hechas en cerámica en las épocas villanovianos. El tipo más común fue la urna bicónica, particularmente en Etruria meridional, en tanto que en Lacio y entre los faliscos apareció la urna de cabaña, rectangular, adaptación también de los modelos cerámicos locales previos, de plantas circulares y elipsoidales. Una de las urnas más divulgadas es la que apareció en la necrópolis de la Osteria, de Vulci, que reproduce una vivienda regia de planta oval, de los tiempos villanovianos. A su carácter funerario se une el aspecto simbólico de la relevante función social.
En algunas urnas en bronce aparecen figurillas formando escenas. Se puede mencionar el stámnos metálico del siglo VIII a.e.c., que ejerció de urna cineraria en la necrópolis de Olmo Bello en Bisenzio. Sobre su tapadera se encuentran ocho figurillas itifálicas que hacen un doble recorrido alrededor de un monstruoso cuadrúpedo de extremidades palmípedas, tal vez un plantígrado o un cánido en función de tótem o bien la figuración de la Muerte. Esta entidad está sentada y encadenada por el cuello y situado en el centro. En la parte superior de la urna se aprecian cinco guerreros desnudos, itifálicos, tocados con un birrete plano (polos), armados de mazas, hondas y lanzas, y protegidos con escudos, que realizan lo que pudiera ser una danza guerrera. Además otros tres hombres están con la cabeza descubierta y con las manos ligadas. Hay otras dos escenas, un hombre con lanza y maza y otro hombre (quizá un campesino arando la tierra), que conduce un buey al sacrificio.
La interpretación de esta pieza se asocia con ritos ancestrales ritos destinados a asegurar la fertilidad de la tierra, o también con ritos sangrientos, tal vez en un contexto de caza o de guerra (como se observa en la tapadera), probablemente en un ambiente doméstico. Tampoco se puede excluir una simbología de muerte y renacimiento, vinculada con rituales agrarios, o relacionada a episodios conectados con la institución del colegio de los danzantes Salios, al servicio de las deidades de la guerra.
En la región de Chiusi, en los inicios del siglo VII a.e.c., se sobrepusieron máscaras broncíneas sobre las urnas cinerarias de bronce, con lo que las dotaban de personalidad. En un principio las máscaras, que buscaban perpetuar los rasgos del difunto, se ubicaron sobre los rostros de los propios fallecidos, pero luego se fijaron sobre el vaso cinerario, sustituyendo a los yelmos que solían taparlas. Se trata de una tentativa de antropomorfizar el material funerario. Hasta tal punto fue esto así que, en ocasiones, a las vasijas se les añadían brazos en relieve o se las situaba sobre una silla o un trono.
Los vasos broncíneos, ya realizados desde el villanoviano, presentan decoraciones repujadas sobre formas típicamente griegas, como cántaros, énocoes, lebes, olpes o hidrias. Entre los lébetes, por ejemplo, sobresalen un par de ellos de la Tomba Barberini de Preneste, o aquellos de la Tomba Regolini-Galassi de Caere. En el siglo IV a.e.c. se fabricaron énocoes en forma de cabeza humana. Un siglo después se hizo lo propio con frascos de perfume que tomaban la forma de cabezas femeninas.
Entre las estatuillas de bronce destacaron los exvotos, depositados por los donantes en los santuarios, a modo de regalos (anathémata) o de ofrendas, los colgantes, caso del Discóbolo de la Colección Pomerance neoyorquina, o las figuritas honoríficas y ornamentales, autónomas o conjunto Un buen número de ellos representan devotos y deidades. Además, hay un extenso repertorio animalístico, como lo grifos y cérvidos de Brolio, así como de héroes griegos, caso del célebre Ayax suicidándose, de Populonia. La primera broncística copió patrones del Peloponeso.
Entre los pequeños bronces destacan tres que figuran guerreros. Uno de ellos (hacia 700 a.e.c.), del depósito encontrado en Brolio, va vestido con perizoma; otro, porta un yelmo, coraza y cnémides y está figurado en una actitud ofensiva; un tercero va desnudo, aunque armado con espada. En ciertos casos representan a devotos que adoptan la imagen helena del kouros o de la kóre. Sobresale, sin duda, la Kóre de Campania, llamada Afrodita de Sessa, de hacia 500 a.e.c. Esta dama va vestida con chitón y calzada con zapatos puntiagudos y curvos, de evidente origen oriental. Otras figurillas destacadas son las de arúspices. En numerosas ocasiones van vestidas con el traje ritual, en concreto un manto ajustado, tocadas con bonete y con una bulla al cuello, llevando en su mano diestra una copa de sacrificio. También destacaron las figuras de oferentes y orantes. De notable interés son el Oferente togado de la isla de Farno, el Oferente de Pizzirimonte o el Oferente de Vetulonia, entre otros.
Asimismo, deben citarse algunas máscaras de bronce, bustos femeninos y un buen número de cabezas masculinas, fundidas a partir del siglo IV a.e.c. La broncística etrusca alcanzó elevadas cotas de finura en las figurillas que representaban a niñitos (putti) en variadas actitudes. Solían ser exvotos. Se puede mencionar el Fanciullo seduto de Tarquinia. Se encuentra sentado en el suelo. Su articulación de brazos y piernas, acompañada del giro de su cabeza, forma un esquema compositivo cerrado. De su cuello pende una bulla discoidal, signo de su nacimiento como libre. La inscripción en el brazo derecho alude a que la figurilla representa un don votivo, ofrecido a una deidad de nombre Selvans. La pieza se ha datado a fines del siglo III a.e.c. El Fanciullo sedente del lago Trasimeno, conocido como Putto Grazziani, figura a otro niño sentado, que está jugando con una paloma. De su cuello cuelga una bulla y en sus brazos porta sendos brazaletes. Una inscripción en su pierna derecha, señala su condición de exvoto, dedicado en algún santuario del lago Trasimeno, al dios Tec(e)sans, que se acostumbra a identificar con el Tecvm del famoso Hígado de Piacenza.
La antropomorfización de las deidades etruscas presenta una iconografía tomada de los modelos orientalizantes y griegos, ya presente en los vasos cerámicos. Las más antiguas entidades divinas se diseñaron con acusado carácter belicoso, aunque posteriormente, ya en época clásica y helenística, su iconografía fue menos agresiva, manteniendo las enseñas que recordaban su primitiva función. Las figurillas que representan a Menrva, asociada a la Atenea Prómachos griega, con atribuciones guerreras, presentan el brazo derecho alzado, están cubiertas con yelmos y protegidas con corazas.
La diosa Uní fue titular de un culto en Pyrgi y en Gravisca. Sería una suerte de Gran Diosa Madre, si bien fue asimilada a la fenicia Astarté así como a la Juno-Hera griega. Entre los escasos ejemplos artísticos destaca una figura, identificada con Juno Sospita, que va armada y parece encontrarse en el instante de avanzar con celeridad contra un adversario. Por su parte, la figura de Hercle (Heracles), sirvió de figura votiva. Los broncistas lo representaron como un héroe-cazador y un héroe-combatiente. Posteriormente ya fue figurado en reposo y hasta en actitud meditativa.
Otros bronces figuran dioses como Fufluns, un dios agrario, asimilado al Dioniso griego, Aplu o Apolo, y también Turms, identificado con el Hermes heleno. Algunos ejemplares representan a Culsans (el Jano latino) y a Selvans, deidad de los bosques. Aparecen ambos desnudos, con un torques en el cuello y calzando botas altas (endromides). Culsans tiene doble rostro y sobre su cabeza lleva un bonete; Selvans va tocado con la piel de la cabeza de un felino. Sus estatuillas presentan inscripciones que aluden a su carácter de exvotos.
Prof. Dr. Julio López Saco
UM-AEEAO-UFM, mayo, 2024.
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