La
idea del rey como buen administrador, gobernante justo y constructor de templos
y obras de irrigación en las ciudades sumerias del Dinástico Arcaico se vio
superada posteriormente por el concepto acadio del rey héroe-conquistador
contrastado, sin ir más lejos, en Sargón y Naramsin. Se trata de reyes heroicos
cuyas acciones se convirtieron en leyenda debido a sus grandes conquistas.
Ahora, la ideología del dominio universal, fundamentada en el principio de que
el reino propio constituye el centro del mundo y el resto es una periferia
inferior, bárbara e inculta que puede y debe ser sometida, se abría paso mediante
guerras de frontera, aunque no existían todavía los medios para articular de
modo adecuado un estado territorial amplio y, por tal motivo, se preservaban
las monarquías conquistadas.
Con
la tercera dinastía de Ur se produjo una suerte de mescolanza sui géneris. Los
reyes de Ur heredaron de los acadios la ampliación geográfica del horizonte
político, además de la deificación ante los sometidos, pero el carácter heroico
no fue asimilado, siendo sustituido por las “antiguas” tradiciones sumerias
relativas a la justicia y la buena administración. El rey justo se encarnó de
nuevo en Ur-Namu, o en Shulgi. Se trataba de grandes constructores de templos,
como algo antes lo había sido Gudea. No obstante, los reyes de Ur mantuvieron
el determinativo divino delante de sus nombres favoreciendo con ello sus
aspiraciones de control político sobre las ciudades sometidas. Al igual que los
grandes soberanos acadios utilizaron los títulos de rey de Sumer y Acad o el de
rey de las Cuatro Regiones para expresar esa ideología del dominio universal.
Los
soberanos posteriores (Isin, Larsa), en su mayoría amoritas, ejercieron una
estricta continuidad respecto a sus predecesores neosumerios. Los
procedimientos burocráticos y diplomáticos en el entorno de la realeza
adquirieron especial protagonismo. Pero ello no significó, ni mucho menos, la
renuncia a los procedimientos militares ni a las aspiraciones de un dominio
universal (véase el asirio Shamshi Adad y su ostentoso título Rey de la
Totalidad), sino la combinación de medios diplomáticos y políticos, junto a los
militares, a gran escala. La situación política (fragmentación hasta el triunfo
de Hammurabi) imponía un nuevo equilibrio y otra forma de hacer las cosas.
Además, en el contexto social aumentaron las desigualdades y la presión sobre
los más humildes, situando la figura del rey otra vez en primer plano como dispensador
de justicia. Por la influencia amorita, que introdujo en Mesopotamia los
ideales de la igualdad tribal, redefinidos en el ambiente cortesano urbano, el
rey justo se asimila a la imagen del rey pastor que cuida de un “rebaño” humano
al que vigila y protege. El rey es, por otra parte, esforzado y sabio
(Hammurabi que, en cualquier caso, no renunció al carácter universal de su
dominio).
En
los inicios del segundo milenio una nueva transformación en la realeza afectó
al “modelo” de rey en el Próximo Oriente Antiguo. El cambio fue consecuencia de
la confluencia de dos factores. Uno de ellos propio de la política regional del
período: división en grandes imperios y pequeños reinos y principados, con grandes
cortes con relevantes reyes frente a pequeños palacios y soberanos vasallos,
mientras que el otro procedente del ámbito social y palatino, caracterizado por
un auge de una aristocracia militar, convertida en crucial soporte del poder
real. El rey pasó, entonces, de ser jefe y representante de la comunidad ante las
deidades, a configurarse en líder de una restringida élite poderosa, de
protector de súbditos débiles y oprimidos a cómplice de los poderosos y los
opresores, con los que convivía en su corte y combatía en su ejército. Se
transfigura en el principal opresor.
En
un contexto histórico de guerras sin fin (ahora especializadas) en las que se inmiscuyen
grandes imperios como Egipto, Mitanni, Asiria y los Hititas, así como los
pequeños reinos y principados tributarios suyos, otra vez obtiene primacía el
carácter heroico regio, asociado con dotes de valentía, agresividad y fuerza.
En un ambiente semejante el elemento principal será el de la fidelidad. Bien
sea la fidelidad de un rey a otro, o bien aquella de funcionarios y militares hacia
su soberano. La fidelidad, expresada por medio de un juramento ante los dioses,
se nutría del proceder del monarca, cuyo súbditos eran ahora más reyes y
príncipes sometidos y vasallos, que los habitantes de su propio país, convertidos
en auténticos siervos.
El
final de la Edad del Bronce conllevó una crisis del Estado palatino. Se destruyeron
palacios, desaparecieron imperios y se produjo el resurgimiento de un elemento
nómada pastoril, el de los arameos. En semejante ambiente emergió un novedoso modelo
de rey, con fuerte influencia de procedencia tribal. Hablamos del rey juez, a
la vez símbolo de la unidad nacional (nuevo ideal de procedencia tribal) y jefe
del pueblo en armas, un modelo que contrasta con el tipo de reyes de períodos
previos. Este tipo de realeza Igualitaria, con las reservas propias del
término, se transforma finalmente, como en Israel, en una realeza (acorde con
las tradiciones histórico-políticas del Próximo Oriente Antiguo), más
jerarquizante. En cualquier caso, ciertos rasgos de arbitrariedad y opresión,
típicos de la época precedente, desaparecieron, lo que produjo un rebrote de la
imagen del rey justo y recto, preocupado por el bienestar de su pueblo, de sus
súbditos.
El
concepto de la realeza fenicia aparece ilustrado en ciertas inscripciones en
las que el monarca es caracterizado como justo y virtuoso. En este caso, es muy
probable que la reina no estuviese desprovista de facultades, pues podía actuar
como regente y compartir las principales funciones sacerdotales. Con la
expansión mediterránea, la realeza se vio en la obligación de ejercer sus
funciones en un ambiente urbano en el que debía compartir su poder con una
oligarquía, desapegada de los palacios y que obtenía su riqueza y gran
influencia del comercio ultramarino. Esta oligarquía reemplazará
a la realeza como forma de gobierno en las colonias fenicias por el
Mediterráneo.
Entre
los asirios, la autoridad real emanaba de la esfera divina. No obstante,
siempre estuvo al amparo del poder de la nobleza palaciega y de
las diferentes camarillas y sus intrigas. La realeza asiría,
encarnada en el monarca absoluto, dirigía la producción agrícola e industrial,
controlaba los negocios comerciales y llevaba a cabo obras públicas. Al
inicial carácter nacionalista de la monarquía asiria se sumaría una babilonización
del clero y de varios sectores de las clases dirigentes, así como la
arameización de un importante sector de la población. El soberano asirio llega
a ser un rey inaccesible que transmite terror a sus enemigos y rivales.
Aunque
con un gran poder y con evidentes rasgos despóticos, el rey persa no era una
divinidad, aunque por su mediación operaban los designios y poderes de Ahura
Mazda para mantener el orden. Inaccesibles como los monarcas asirios, los reyes
persas (aqueménidas) casi no eran visibles y estaban sometidos a un ceremonial
complejo, rígido y fastuoso. Su gran misión era que la verdad se impusiese por
doquier a lo largo y ancho de los territorios imperiales.
Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UM, octubre 2018.
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